
Cuando salgo de mi pieza y comienzo a darle suaves masajes al asfalto empieza en mi el tintineo de la locura. Repito constantemente notas y disturbios mentales.
Ya no sabia hacia donde ir y simplemente me quede en aquel espacio cómodo del desvelo en donde pienso y sueño todo lo que no puedo retener y se me escurre por entre las piernas. Eso que se me cae a cada paso y no soy capaz de comprender gracias a mi fatigado corazón que de tanto sollozar ya no bombea como antes. Se caen trocitos de el en tu café y en tus manos y en mi zapato y en los sombreros de los ancianos del centro.
Te espero en ese lugar cómodo que es el desaliento donde no solamente lloro sino que también zurzo heridas y me rió de misma. Donde las muñecas ya no sangran ni se afilan. Donde la muerte ya no tiene solución y el matar es inminente.
Me gustan estos zapatos me dan la capacidad de correr entre temporales; cortando el viento y el camino me da sorpresas. Sólo los golpeo y pido “quiero estar lejos de casa”. Y ahora estoy ahí en un lugar más cómodo aun: por ahí flotando en la neblina, rodando en la hierba y dibujando fusilados en las aceras. Lejos de tu dolor y de mi hastió. Lejos del hogar y de todo lo conocido. Lejos tan lejos que ya ni se volver. Siquiera reconozco las calles, pero está bien, eso es lo que buscaba desde un principio. Ya no me conozco, ya no me miro la nariz de memoria. Y me aparece la tuya frente al espejo. El espejo se transforma en tu desfigurado rostro que consiste básicamente en tu olor matutino y los calcetines sin cambiar o más bien en lejanía y desgarro.
Cuando comienzo a recorrer el camino amarillo de mi amnesia nunca recupero instantáneos los momentos tan sólo son píxeles que se amontonan frente a mi casi indigna mirada. A esa poca valentía que aunque escasa sigue ahí afrontando miserias, lejanías, descaros, dificultades manuales, físicas y psicológicas. Afrontando las pocas cualidades y muchos defectos que me quedan por comprender y ser capaz de hacerlos participe de mi realidad.
Es tu miedo a la verdad lo que me enloquece. Tus caricias bajo la cama que se convierten en serpientes venenosas son las que no comprendo, las cuales no son más que egoísmo desencadenado. Se me van las ideas y solamente sobrevivo a base de no caerme por completo: totalmente diagonal. Y me voy sin sentido lejos aun más lejos donde el espejo no refleje ni tu rostro difuso, ni tu olor. Donde el espejo simplemente me refleje y me deje ver quien soy realmente.