
[Comienza un milenio, salud, el siglo ha muerto, viva el siglo, la función sin embargo podría continuar. Cuando de pronto comprendí que el verdadero final estaba más haya del año, que los noticieros anunciaban aquel instantáneo termino del mundo. Que en esta Tierra hay más soledad que en cualquiera de las mil quinientas galaxias recién descubiertas. Malditas muertes cotidianas en la utopía camino a mi infierno privado, en los títeres enredados en sus verdades y en el riesgo del final de estos tiempos. Este es el principio de la era de la irresponsabilidad, aunque parecía que hasta aquí no había pasado nada, que las trampas de la memoria son infinitas y que si tuviera que cambiar algo sería el legado. En aquella cápsula anacrónica y desconcertada de nuestra era embutiría cada uno de los procesos, cambios, sueños y descubrimientos de mi rededor. Quizás entregaría hojas de otoño, películas infinitamente nombras y otras no tanto. Sonidos estereo y mp4, una botella rellena de inconciencia y sumisión. Posters de revolución, palabras desesperadas y búsqueda de justicia social. Mil trovas escritas en papel rojo y una de radiohead en papel de lata, como las melodías electrónicas que nos enseño la modernización. Un teléfono inalámbrico para ver si me contestan las preguntas mejor que con señales de humo. Carreteras tan anchas como mis ansias de volver a la niñez. Supernintendo, playstation y un ludo por si la electricidad se va. Supermercados, finales felices y sentidos infinitos. Una televisión de plasma, libre mercado, drogas de diseño y sentidos infinitos. Libros anecdóticos, mangas, novelas, revistas y cuentos de Cortázar. El genotipo de Jesús y la respuesta científica de que no existen las razas. Cuando de pronto suenen las bombas de aquel Apocalipsis cultural se podrá sentenciar a mi generación de tecnología y miedos innombrables e invisibles. Comienza un milenio, salud, el siglo ha muerto, viva el siglo, la función debe continuar.]