
A veces algunos cuentos calan tan hondo en parte de nosotros que no nos damos ni cuenta, quizás “La Señorita Cora” no significa nada en mi vida, pero en verdad esta tarde si lo significo era algo en las palabras que resumían hasta lo más precoz e inocente de nuestra mente, algo que ahondaba en lo que nunca quise revelar por más ganas que tuviese, ese cuento en el cual un adolescente que se creía grande fantaseaba con el amor de aquella mujer mayor, de esos 15 a 20 que nadie puede entender, que solo se deja fluir. Nadie imagina el sufrimiento del amor de infante, es algo de las entrañas indudablemente hormonal, sin una justificación lógica solo que el olor del cabello se mezcla con el sabor de la niñez.
Luego recorrí “Los Venenos” con algo de vergüenza y recelo despoje aquel jazmín del veneno inminente del engaño, de la traición de la sangre sobre la sangre y retrate mi propia infancia, disimulando amores con amistad, descubriendo partes intimas de mi forma de plantear los problemas y dilucidando poco a poco las sensaciones de lo que es la primera gotera del corazón. Aquel órgano que a medida que creces se endurece y se pone cada día más calculador.
Anacrónicamente intento comprender las palabras que J.C nos retrato y sin mucho disimulo me doy cuenta de que el sentimiento placentero no es la realidad que más bien son los miedos y las ofensas las que enloquecen a cualquiera, es lo onirico de la primera etapa que se pierde en el olvido de la madurez o más bien al presunta madurez.
Y ahora lejana y abstraída intento coordinar la mente con el sentir y me pierdo en la cruda realidad de Pablito escondido tras las sabanas y el pequeño niño dejando morir lo más preciado en aquel patio ajeno
Hay féminas que desencuadran el paisaje y yo quisiera tener cerca de mí o ser una señorita Cora en la vida de alguien más o simplemente una Lila jugando a las bolitas con el niño que nunca supo que decir.